Por José Gregorio Torres
Como he dicho en notas anteriores, los años ochenta fueron para Carache tiempos que marcaron un antes y un después en muchos ámbitos del quehacer histórico, cultural y religioso, y en muchas otras áreas de la sociedad carachense. Tiempos que, si bien pocas veces se han resaltado, no por ello dejan de ser de gran relevancia histórica para quienes dedicamos nuestros días y años al rescate de la memoria local. Y es en este contexto en el cual hoy me remito a esos días en que Carache asumía cambios sustanciales para su desarrollo intelectual y, en este caso, espiritual.
Es entonces cuando, luego de que la Parroquia viviera unos tiempos polémicos con dos sacerdotes de órdenes diferentes —como lo fueron Francisco Ligero y Ligero, español, y Mario Arias, también español—, llegó a Carache un sacerdote que dejó en los carachenses una época de restauración espiritual: Monseñor Ricardo Villegas.
Para quien escribe esta breve crónica, Monseñor Ricardo Villegas fue un verdadero Hombre de Dios, un santo sacerdote que llegó a Carache y de inmediato contó con el apoyo de una comunidad que ya venía padeciendo el protestantismo. Dos sectas religiosas de evangélicos y testigos de Jehová se habían establecido en Carache con creciente fuerza, posiblemente en parte por la actitud de los propios sacerdotes de la época. Sin embargo, la llegada de Monseñor Ricardo Villegas fue como una bendición de Dios, pues con su particular carisma y manera de administrar la Parroquia en todos sus órdenes, hizo que volvieran al pueblo de Carache la fe cristiana y el catolicismo, los caminos de la fe y la reconciliación. Como dije antes, esa conducta particularmente cargada de santidad hizo que su paso por Carache abriera de nuevo un espacio atractivo para que los feligreses y devotos de San Juan Bautista se congregaran de nuevo con la fe y la tradición que siempre ha caracterizado a este valle del Bautista.

Monseñor Ricardo Villegas tiene, para la historia de la iglesia en Carache, una gran relevancia. A pesar del tiempo transcurrido desde su llegada a Carache hace poco más de treinta años y su fallecimiento más reciente, los carachenses aún le recordamos por sus homilías apegadas estrictamente al evangelio, pero también por la prédica y práctica en sus acciones como sacerdote y como hombre de Dios, como ciudadano y como realista ante las situaciones que en ese momento vivía la Parroquia, y las que exigían cambios estructurales. Es entonces cuando, ante una propuesta hecha por mí sobre el hacinamiento de imágenes y ornamentos, decidió crear los nichos laterales del templo.
Aunque también muy acertadamente, impulsó la construcción del Salón Parroquial, el cual aún conservaba paredes de tapial y que no guardaba un ambiente propicio para los nuevos tiempos de crecimiento y organización de la Parroquia. Esta amplia construcción facilitó espacios para el catecismo, reuniones, asambleas y otros eventos importantes para el quehacer y dinámica de la Parroquia. Es importante acotar que esta obra se hizo mayormente con aportes personales de Monseñor y de su familia en España.
Igualmente, se debe a Monseñor Villegas, en la parte espiritual, la instauración y práctica del Rosario de la Aurora, actividad que solo se realizó durante su administración como Párroco, pues —como siempre— cada sacerdote impone sus costumbres y convicciones a su servicio y guía espiritual, y eso no es discutido ni sostenido en el tiempo, solo de manera particular por cada uno de los feligreses. Lo que sí es cierto es que, durante la estadía de Monseñor Ricardo Villegas, la Parroquia San Juan Bautista de Carache, sin duda, fue bendecida por los actos piadosos practicados con gran fervor por este santo hombre de Dios que en esos días aportó tanto para el bien espiritual y material al pueblo de San Juan Bautista de Carache.