¡Saludos, gente de Carache y lectores de este rincón digital! Después de un tiempo alejado del teclado, retomo esta columna con renovado entusiasmo. A partir de ahora, nos encontraremos cada miércoles aquí, en Carache Online, a quienes agradezco profundamente por abrirme nuevamente este espacio. Mi ausencia se debió, como muchos saben, a los compromisos laborales de un proyecto turístico en el que estoy inmerso —del cual les iré contando detalles en las próximas entregas—, pero ya es hora de volver a compartir reflexiones, datos y esas miradas que surgen entre el trabajo y las realidades.

Estos días, entre conversaciones y lecturas, me he topado con información sobre los países nórdicos, en especial Finlandia. Y es que no es poca cosa que, año tras año, ese país aparezca en los primeros lugares del mundo en bienestar, educación, innovación y hasta en los informes de felicidad de su población. Uno podría pensar: “ah, es que hace frío y tienen paisajes bonitos”, pero la verdad va mucho más allá.

No es casualidad. Es inversión. Finlandia ha construido su éxito sobre una apuesta clara y sostenida: educación pública, gratuita y de calidad en todos los niveles, desde la primaria hasta la universidad. Según datos del Banco Mundial y la OCDE, Finlandia destina alrededor del 6,3% de su PIB a educación, una de las cifras más altas del mundo. Además, es uno de los países que más invierte en investigación y desarrollo, con cerca del 3,2% de su PIB dirigido a innovación.

Los resultados saltan a la vista: no solo tienen uno de los sistemas educativos más admirados del planeta, sino que han logrado convertir el conocimiento en motor económico. Empresas como Nokia —y ahora un ecosistema de startups tecnológicas— son resultado de esa siembra.

Aquí vale una aclaración: el debate no debería ser “educación pública vs. privada”. Se trata de seriedad en la administración de los recursos, de transparencia, de priorizar la formación de ciudadanos capaces y críticos. Finlandia no regala títulos; ofrece oportunidades en igualdad de condiciones, con profesores bien formados y valorados, y con infraestructuras que facilitan el aprendizaje.

Uno, como ingeniero, no puede evitar pensar en las bases. Un país se construye como un buen proyecto: con cimientos sólidos, planificación a largo plazo y materiales de primera. La educación es ese concreto armado que sostiene todo lo demás.

Ojalá Venezuela, con toda su riqueza potencial, pueda mirar ejemplos como el de Finlandia no para copiar, sino para inspirarse. Para entender que sin educación de calidad, accesible para todos, no hay desarrollo que se sostenga. No es un gasto, es la mejor inversión.

Nos leemos el próximo miércoles. Mientras tanto, cuiden ese trapiche de ideas que cada uno lleva dentro.

Un abrazo desde el escritorio, 
Carlos Lozada
Ingeniero Civil | Columnista

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *