Por José Gregorio Torres

Poco más treinta años hace que conocí a María Ignacia, me llamó mucho la atención saber que en Carache, aún existía un personaje que trabajara la fragua, lo que nosotros hoy conocemos como la herrería pero menos tecnificada. Pues está antigua y milenaria actividad la habría aprendido de su padrastro quien desde muy niña le fue inculcando el conocimiento y la destreza de esta extraordinaria artesanía, en la cual se usa el fuego como fuente principal para modelar el hierro y darle las formas caprichosas que el fraguero desea elaborar, para la utilidad que ameritaban los tiempos y que hoy han sido sustituidos por máquinas tecnificadas a tal forma que pocos ejercen está profesión con la cual se pudo iniciar la era del hierro y de los metales en general, con un fogón, un fuey y un Martillo, el brazo y la mano del hábil fraguero fue elaborando las herramientas de trabajo y en esto María Ignacia, fue y será para los caracheros la última fraguera de sus tiempos.

He querido retomar este personaje que forma parte de mis recopilaciones biográficas, reseñas que por ahora solo son proyectos para un primer libro, en el que María Ignacia la fraguera, tiene especial lugar, por ser ella un personaje extraordinario que nos enlaza con tiempos remotos de pasados cargados de aprendizaje, donde cada quien aportaba para el desarrollo de su comunidad, lo que se convirtió en su mayor riqueza, este es el ejemplo de una mujer que sin dejar de ser femenina, asumió el rol varonil que exige esta labor, en la que dejó el sello en cada clavo en cada barbads para bestias, en cada barra o chicora, o cualquier instrumento que alguien le encargará, o simplemente para comercializar y los que desde muy pequeños recordamos ver colgando en las paredes de las bodegas de Rigoberto Davila, de Juan Pérez o de Gregorio Rosales y en muchas otras de las tantas pulperías del pueblo. Hoy María camina con paso cansado con el riesgo de que un inconsciente pueda atropellarla, solo nos queda pedir a Dios le cuide en su integridad física, porque hasta eso padeció nuestra querida María Ignacia.

Hoy esa María Ignacia que tanto afanó sin dejar de atender a su progenitora y anciana viejecita a quien acompañaba religiosamente todos los domingos y fiestas de guardar, sin falta a las misas y portando sobre sus cabezas el velo reglamentario, y es que podemos decir que también fue la última mujer que usó este implemento, tan simbólico para quienes sabemos algo de religión, hoy María, después de treinta años ya no cuenta con la compañía de su progenitora y solo sus sobrinos atienden sus andanzas diarias, pues María, aunque ya no es útil en la fragua, o lavando y planchando ajeno, recibe de sus vecinos, amigos, clientes y admiradores, la preocupación que genera verla cojeando por las calles de Carache, por las que camina incansable asistiendo a cuanta misa de San Juan se celebra, visitando las casa en las que sirvió durante tantos años, y que preocupa ver la necesidad de devolverle un poco de lo que tanto que nos ha dado, incluyendo esa sonrisa de inocente criatura que le acompaña a María la fraguera, en ese andar diario por las calles de Carache.

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