Por Ing. Carlos Lozada

Cada amanecer en Venezuela parece traer consigo una nueva cifra, un nuevo ajuste, una nueva angustia. El bolívar, nuestra moneda nacional, se devalúa a diario frente al dólar, y con ello se profundiza una inflación que no da tregua. Lo que ayer costaba 90 bolívares, hoy cuesta 110. Y mañana, quién sabe.

Las causas de esta situación son múltiples y complejas: emisión descontrolada de dinero sin respaldo, caída de la producción nacional, dependencia de importaciones, y una política monetaria que parece más reactiva que preventiva. Pero más allá de los tecnicismos, el impacto se siente en el bolsillo del trabajador, que semana a semana debe reajustar su presupuesto, recortar gastos, y hacer malabares para sobrevivir.

El fenómeno del redondeo ha agravado la inflación silenciosamente. Los precios ya no se fijan con centavos ni decimales: no hay productos a $35.75, sino directamente a $36. Este ajuste psicológico y comercial, aunque parezca mínimo, se multiplica en cada transacción y termina encareciendo todo. Es una inflación que se esconde en la comodidad del número entero.

En medio de esta tormenta económica, he leído sobre la adopción de la criptomoneda USDT (Tether) como una forma de proteger el valor del dinero. Al estar anclada al dólar, muchos comerciantes y ciudadanos la ven como una alternativa más estable que el bolívar. Sin embargo, su uso aún está limitado por la falta de infraestructura digital y la desconfianza generalizada.

La realidad es que tener dólares en físico se ha convertido en un privilegio, casi en una clase social. Quienes reciben sus ingresos en bolívares enfrentan una carrera cuesta arriba, donde el salario se evapora antes de llegar al mercado. Es una desigualdad monetaria que profundiza la brecha entre quienes pueden ahorrar y quienes apenas sobreviven.

Desde este trapiche, donde se muele caña pero también se reflexiona sobre el país, hago un llamado urgente al gobierno: es hora de implementar políticas serias y sostenibles para frenar la inflación, estabilizar el bolívar y proteger al trabajador. No podemos seguir pagando las consecuencias de un desorden monetario que nos empobrece día tras día.

Porque el pueblo merece más que sobrevivir. Merece vivir con dignidad.

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