Por Ing. Carlos Lozada

Hoy no traigo artículo, traigo historia. Porque a veces, entre el polvo del camino y las hojas secas, se esconde una lección que vale más que mil análisis.

Pedro Hoja Seca

En el corazón de un pueblo donde el reloj parecía marcar siempre la misma hora, vivía Pedro, el barrendero de la plaza principal. Su oficio era sencillo, pero no menos digno: cada mañana, con escoba en mano y paciencia en el alma, recogía las hojas secas que caían de los árboles que adornaban las áreas verdes. Día tras día, la grama se cubría de ese manto crujiente, y Pedro, como un jardinero del orden, las barría con esmero.

Era un trabajo silencioso, casi invisible. La gente pasaba, saludaba con la cabeza o lanzaba alguna frase entre risas: 
—»¿Llevas oro ahí, Pedro?» 
—»¡Ese sí es un empleo de alto vuelo!» 

Pedro sonreía. No respondía. Porque lo que nadie sabía era que, desde hacía semanas, se llevaba tres sacos de hojas secas a su casa. No por capricho, ni por colección. Pedro había leído sobre cómo convertirlas en abono orgánico, y decidió probar. Al principio fue ensayo y error, pero con el tiempo, su compost casero comenzó a dar resultados. Y lo que era una curiosidad se convirtió en una fórmula. Y la fórmula, en negocio.

Cada fin de semana, Pedro viajaba al pueblo vecino con su camioneta vieja —que parecía más oxidada que útil— y vendía su abono. Al principio, a unos pocos. Luego, a muchos. Y pronto, a casi todos. Su producto era bueno, natural y económico. El nombre “Abono Hoja Seca” empezó a sonar entre agricultores y viveros. Pedro seguía barriendo como siempre, con la misma ropa, la misma calma, y la misma sonrisa. Nadie sospechaba nada.

Mientras tanto, su esposa y sus dos hijos se encargaban de administrar el negocio. Compraron una casa en el pueblo vecino, un pequeño terreno, y hasta una camioneta nueva que Pedro nunca manejaba. Él prefería seguir con su escoba, como si nada hubiera cambiado.

Y así, entre hojas secas y secretos fértiles, Pedro alcanzó el éxito. Nunca presumió, nunca alardeó. En su pueblo, lo bautizaron con cariño como “Pedro Hoja Seca”, porque ya no solo barría la plaza… ahora parecía barrer todo el pueblo. Pero nadie sabía que detrás de cada saco que arrastraba, había una historia de ingenio, trabajo y visión.

Moraleja

A veces, lo que otros ven como basura, uno lo puede convertir en oro. 
Y mientras algunos se burlan, otros trabajan en silencio… hasta que el silencio florece.

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